martes, 20 de diciembre de 2011

Primera escapada al norte

Lo mejor de una escapada romántica es eso, que es romántica…sobretodo si es con alguien que acabas de conocer, habéis conectado y hace 900 KM en un día para verte.

Cuando J. me propuso una escapada a su tierra, una tierra del norte, más bien de clima “fresquito” me apeteció muchísimo, cambiar un poco la loca Barcelona o mi deprimente pueblo por un destino nuevo, donde para mí todo sería nuevo y lo más importante, fresco.

Me dejé llevar y allí que me fui. Me aconsejaron que llevara ropa de abrigo, que me dejara de presumir, que mejor abrigarse y no pasar frío. Así que cogí los 2 o 3 jerseys que abrigan y los metí en una maleta a reventar (por si llueve, por si nieva, por si sale el sol, por si me secuestran, por si tengo una cena importante, por si, por si…). Lo más gracioso de todo era que todo era una sorpresa para mí, no sabía dónde iba ni de dónde venía. Me levantaba por la mañana intentando adaptar mis outfits al contexto donde me encontraba o fijarme en el de él, pero ni así conseguía acertar.

El segundo día fuimos a Olite, un pueblo encantadoramente medieval, poco transcurrido y con un castillo enorme y ostentoso. Llegamos al hotel, nos dieron la llave y con la emoción olvidamos que número de habitación era donde debíamos ir, así que estuvimos maleta en mano un par de veces subiendo y bajando hasta que nos llegó la sangre a la cabeza y abrimos la habitación correcta. Esa noche salimos, quedamos con una pareja amiga y lo que iba a ser una cerveza fueron 4 o 5, la caballerosidad de J. llega al límite de que aún no habiendo acabado una copa de cerveza, te trae una nueva…lo que a mí, personalmente, me afecta…en la conciencia de la realidad, claro.
Al llegar al hotel todo fue distorsión…me desperté como si me hubieran dado con el candado del castillo en la cabeza, me fui al baño y ví que mi neceser no estaba…lo busqué por la enorme habitación, perdiendo por momentos todo el glamour que había podido sumar ese par de días…Entonces recordé las vueltas inútiles que dimos antes de encontrar la habitación y pensé que me lo habría dejado fuera, en algún pasillo del hotel…Eran las 10 de la mañana y recé para no encontrarme con nadie… J. con su optimismo habitual me dijo que saliera con mi “pijama”, tal cual, a buscarlo: “qué más da, no va a haber nadie ahora”…en un acto de sensatez, poco común en mi persona, me puse el albornoz por encima y salí. Dejé la puerta medio abierta y caminé por la moqueta del pasillo mirando desesperadamente todo el espacio, en busca de mi neceser, no estaba, retrocedí un par de pasos para meterme en la habitación antes de que alguien me viera y pensara que Amy Winehouse había vuelto a la vida en un pueblo de Navarra. Al girarme ví como la puerta se cerraba en mi cara, era de esas modernas de madera, que pesan mucho y se cierran solas…quise morirme, después de años (desde que mis padres me llevaron al Disney) estaba en un hotel decente y estaba con pintas de ramera en el pasillo…llamé a la puerta pero oí el agua de la ducha…esperé en la esquina como si eso me hiciera invisible y recé para que J. me echara de menos, y así fue, abrió la puerta con un divertido: “¿Pero que haces ahí fuera?”, le abracé como si me hubiera salvado del naufragio del Titanic y entré…El neceser estaba en recepción, una vez recuperado, decidí contar las cervezas que me iba a beber de ahora en adelante en el viaje.

M.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Los sms ya no están de moda

Cuando se convirtieron los sms en un medio de comunicación de la prehistoria? En qué momento de los últimos tres años me he quedado dormida y me he perdido esa transición? Tan rápido ha sido? El otro día me puse a reflexionar sobre este hecho con M. Últimamente nos han pasado algunas cosas que requieren una mención en Saint-Torpez.

Hoy en día salimos de fiesta y bueno, lo típico que conoces a alguien, y ese alguien te pide un contacto. Hemos pasado de pedir el número de teléfono para enviar sms, el email para el Messenger, a pedir el nombre para Facebook, y ahora volvemos a pedir el número de teléfono, pero esta vez para utilizar los sistemas de mensajería instantánea como el tan adorado Whatsapp.

Y ahora aquel que te envía un sms es un bicho raro, e incluso se considera un bicho raro. La última frase que he oído es “oye, espero que no te moleste que no esté en Facebook ni nada de eso, yo envío sms”. ¿Qué no me moleste? Hoy en día me molesta más que me pidan el número de teléfono y luego ni siquiera lo usen. Porque señores lectores -y lectoras también- de este blog, si no lo van a usar, directamente ahórrense la saliva y el tecleo en el móvil.

Sms vs. Whatsapp

Yo me escribo mensajes con mi madre, que es muy vintage ella. Como ahora parece que al no estar de moda, todas las compañías telefónicas los regalan, y mi madre no tiene (ni tendrá) whatsapp, utilizo mis 350 mensajes con ella y mis amigas del pueblo (que aun, muy a su pesar, no tienen mensajería instantánea ni tuenti en el móvil).
Con mi madre me escribo chorradas como “Terelu campos próxima portada de interviú, ve preparando la palangana”. A lo que ella me responde “con fotoxop hasta yo puedo”.

Os imagináis la poca gracia que tendría esa pequeña conversación entre mi madre y yo si fuese con Whatsapp? Los sms tienen la magia de que debes incluir todo lo posible en un mensaje corto, cortísimo, y además siempre cabe la duda de que el otro no lo haya recibido. Quién no ha utilizado la excusa esa de: te envié un sms, ¿no lo viste?

En cambio con la mensajería instantánea se acabó. El famoso “saberse ignorado” es una mierda. O todo lo contrario, según se mire. Si no te contestan, básicamente están pasando de tu cara. Aunque hay excepciones, como estar en el trabajo (y estar ocupado/a) o tener un breakdown emocional –en cuyo caso también se considera que están pasando de tu cara, aunque por otros motivos-.

El único motivo por el que defiendo claramente el whatsapp es por las imágenes. No está nada mal eso de poder explicar con una imagen dónde estás y lo que estás haciendo. Aunque puede llevarse al extremo. Por extremo me refiero a aquellos que se envían fotos desde el trono del señor Roca, en pelotilla picada, recién levantados, etc. Estas fotos quizá no hacen falta. Que hay mucho cabrón suelto.

Por cortesía de Cuanto Cabrón


Pelearse a través de las redes sociales es algo que también se ha vuelto común. En vez de coger el teléfono y solucionarlo, o quedar para hablar, desde que llegaron los sms a nuestras vidas, toca discutir por teléfono. Ahí no defiendo ni a sms ni a whatsapp (aunque en whatsapp es gratis, pero sigue siendo igual de inútil).

Y lo opuesto de pelearse, flirtear, ligar y ser romántico, pierde toda la gracia por sms, pero aun más por whatsapp. Ya no tenemos problemas para ver quién cuelga el último porque luego llega un whatsapp que da continuidad a la conversación. Ya no nos escribimos cartas románticas porque para qué dejarnos la mano…si con 100 whatsapps lo puedes decir todo y dejarte los pulgares en el intento. ¿para qué quedar para cenar mirándoos a los ojos, si podeis cenar cada uno en vuestra casa, lo que os apetezca, viendo lo que queráis en la tele, y a la vez whatsappear?

Citas vs. Whatsapp

Hablando de quedar para cenar, merendar, tomar algo, desayunar, cualquier acción que implique que dos personas en el mismo lugar interactúen. En ese caso, el whatsapp DEBE estar desconectado. No hay cosa que me saque más de quicio, o me de la impresión de estar siendo ignorada, que estar con alguien que corte la conversación conmigo porque ha recibido un whatsapp.
Señores/as, aprovechad cuando el otro haya ido al baño, aprovechad cuando el galán con el que estéis vaya a pagar la cuenta sin que os deis cuenta, incluso podeis aprovechar cuando se ate los cordones de los zapatos. Pero NUNCA NUNCA interrumpáis una conversación por un mensajito instantáneo.


Por cortesía de Cuanto Cabrón


Seguramente podría hablar de los mil y un aspectos de las redes sociales, teniendo en cuenta que apenas he mencionado Facebook, Tuenti, Twitter, y compañía. Pero por hoy ahí lo dejo, con el siguiente monólogo by Quequé sobre el las redes sociales.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Amigos


Amigos, qué gran palabra. Cuanto la utilizamos y que profundo es su significado.
¿Quién define las líneas generales de la amistad? Supongo que uno mismo, al igual que pasa con las relaciones de pareja, la familia, etc.

¿Por qué es tan especial, entonces, la amistad? Un amigo es el que está incondicionalmente a tu lado, no por motivos de sangre, no por motivos de amor o sexo, no por ningún motivo que otro que el de la gratitud, generosidad y todo lo que compartís y lo que no, lo que os hace diferente y que hace que eso mismo sea tan especial.

Hay épocas en las que nos concentramos más en el trabajo, en los estudios, en una pareja…a pesar de eso, nuestro amigo siempre permanece en la luz o en la sombra, esperando el momento en el que lo necesites. No te recrimina, ni te pide explicaciones, solo te acompaña, sea cual sea el momento y la situación.

Creo que la grandeza de la amistad reside en la peculiaridad que un amigo es incondicional y atemporal, con todo lo que estos dos términos incluye…Me hace gracia puntualizar una de las frases que repetimos con mis amigos: “una madrugada yo te ayudo a esconder un cadáver, al día siguiente ya veremos lo que haríamos, pero si tu me llamas, ahí estoy”. No importa lo que sea, lo que haga, como piense y como actúe porque es tu AMIGO.

Compartir secretos, experiencias y risas son motivos suficientes para mantener vivo ese sentimiento y olvidar rencores o errores del pasado. Porque si algo he aprendido es que intentar castigar a alguien solo sirve para destruirse a uno mismo. La amistad es la relación interpersonal más gratificante que existe, a su vez es la que mayores decepciones conlleva, a parte del amor. Aún así, acceder a recuperar o perdonar una amistad puede reforzar ese vínculo sin limites…y que bien sienta. Seguiré esperando.




M.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Feliz lunes

Los lunes sigo más o menos la misma rutina de cada día entre semana. Pero hoy al levantarme me he dicho: "por qué no haces de este lunes algo diferente y fuera de la rutina?" He cogido mi bolso y al salir de mi casa para coger el autobús (ese que mágicamente es puntual, y que incluso a veces llega antes) he decidido darle un poco de emoción al tema y olvidarme la tarjeta de una zona y tener que correr escaleras arriba en busca de la misma. 

Tras el primer meneo del día, me he subido al autobús, he comprobado mis actualizaciones en twitter (que me han arrancado una sonrisa, para qué nos vamos a engañar) y luego he cogido mi libro hasta llegar a la parada del autobús de la estación de Vilanova i la Geltrú. 

Al bajar del autobús lo he visto venir. No he necesitado ni comprobarlo. En mi bolso llevaba de todo: el libro, dos libretas pequeñas, un bolígrafo, el móvil, mi bocadillo, cinco céntimos perdidos, dos gomas del pelo (luego siempre me pregunto dónde narices las meto) y el resguardo de la multa (esa es otra historia). Pero no llevaba las llaves de la redacción. 

Desde hace menos de un mes trabajo en una emisora de radio comarcal. Y desde hace un par de semanas doy rigurosamente las noticias del Garraf y el Penedés a las 8:20 de la mañana. Todos los días menos hoy.

M.P y J.G, mi jefa y compañera respectivamente, a las que he llamado inmediatamente y con voz de desesperación y esperanza, me han recomendado que me fuese a tomar un café hasta que ellas llegasen. Y por si os lo estáis preguntando, no, no hay personal de seguridad, ni portero que me pudiesen abrir. Los que me conocéis sabéis cómo soy para estas cosas, así que he decidido sentarme frente a la puerta del edificio, pasando frío y castigándome durante 45 minutos.

No, no me he sentido mejor después. Y para colmo, tras las risas de mi jefa en mi cara, me ha tocado aguantar esta canción, fruto de su maravilloso gusto musical (ironía mode on, para los que todavía no lo habíais notado): 



Tras las frases esas de "es normal", "nos puede pasar a todos", "ahora ya seguro que no te las dejas más", he empezado a estornudar. Los 45 minutos de frío en la calle a las 8 de la mañana me están pasando factura. 

Eso sí, mañana, con más voz o menos, con moqueo o sin él, con fiebre o sin, entro a la redacción a hacer el informativo de las 8:20. 



C.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Princesas en Marrakesh



Llevábamos la idea de volver de Marrakesh relajadísimas, y de momento, quitando el estrés de las compras, las lecturas de mano, los guías exigentes y los regateos, lo estábamos consiguiendo. La siguiente parada era un hammam, unos baños tradicionales. Equipadas con nuestros biquinis, toallas y chanclas del decathlon, nos dejábamos guiar por Charlie en los callejones de Marrakesh.  

Al entrar pactamos el precio de dos baños, limpieza de pieles muertas y masaje de media hora.

Al entrar al hammam, un zulo de dos por dos, con una camilla en medio, un banco y una especie de pozo con agua, nos recibía una mujer en pijama, empapada en agua y sudor.

Nos hizo quitarnos los albornoces que nos habían prestado en el hammam (el de M. era del Real Madrid, había que decirlo) y empezó a bañarnos. Literalmente, como si fuésemos bebés. Posteriormente, ella y su compañera, también en pijama, nos hicieron tumbarnos y empezaron a rascarnos el cuerpo con un guante de crín. Un poco de dolor hizo que se nos cayera la piel a tiras, o al menos esa parte muerta que no necesitamos, y que descubrimos que era mucha.

Tras el fregoteo, nos dieron un masaje de media hora que nos supo a gloria. Y posteriormente, tras el relax experimentado, nos permitían subir a la terraza a tomar otro té con pastas.

La grata experiencia en el hammam hizo que quisiésemos que nos tratasen como princesas una vez más. Y ya conocéis el refrán: más vale poco y bueno, que mucho y malo.

La segunda experiencia, como os podeis imaginar, no fue tan buena. Llegábamos al mismo hammam gracias a Charlie, nuestro guía y protector cuando E. no estaba. Intentamos hacer gala de nuestra experiencia en el regateo, aunque no nos salió tan bien…la dueña del hammam, que más bien parecía la proxeneta del lugar, nos miró con cara de: wtf? cuando le propusimos la maravillosa oferta que íbamos a hacerle: un masaje de una hora para cada una por el fantástico precio de 200 dh (por la visita anterior habíamos pagado 350 dh, así que a nosotras nos pareció un trato razonable).
Nos acompañó a la terraza casi obligadas para que nos pensaramos lo del masaje mientras nos daban un zumo de melocotón y unas pastas. Zumo que alimentó a las plantas del lugar ya que nos dio miedo que nos intoxicara con algúna planta rara que nos hiciese acabar trabajando ahí como una de sus esclavas en pijama. El cruce de miradas asesinas entre M., yo y la señora había sido demasiado obvio como para tomarse un zumo de melocotón en ese momento.

Dos galletas más tarde, bajamos a decirle que nos íbamos, que lo sentíamos pero que no teníamos más dinero. La mujer aceptó el trato y nos dirigimos triunfales a la sala de cambio de ropa. Pobres inocentes…

Nos sacaron de allí en albornoz y nos pasearon por medio hammam, con medio Marrakesh dando vueltas por allí, nos llevaron a una sala con dos camillas pero esta vez solo una persona nos daba el masaje, por lo que una de nosotras (le tocó a M. ) tenía que esperarse a que la otra acabase. Por si eso fuera poco, no paraban de interrumpirnos, de abrir la puerta (y fuera parecía Las Ramblas de Barcelona en hora punta), y a medio masaje, alguien decidió que nuestra masajista cambiaba de turno y nos trajeron a dos pringadillas que no tenían ni idea de lo que hacían.

Qué osadía!

Salimos de allí escarmentadas, después de otro maldito té con pastas que ya nos supo a rayos, con instintos de ladronas para compensar el mal trato y recordando los efectos pacíficos que habían causado en nosotras la primera visita a ese hammam.

No creo que haya nada tan cruel como una marroquí-proxeneta-enfadada. Y nos volvimos de Marrakesh con ganas de pegar tiros, sin el arsenal de baratijas de zoco que pensábamos comprar, hartas de que nos timasen y con 10 nuevos males de ojo mínimo.

Viva Marruecos!

C. 

domingo, 6 de noviembre de 2011

Los chinos



No sé si le suele pasar a mucha gente, pero a mí, especialmente, pasearme por los largos pasillos que desprenden ese olor a plástico barato (el caro es el que se ponen en la cara las famosas) de los chinos me mola, y mucho.

El hecho de pasarme una mañana intentando comprarme algo decente para el invierno incrementa el poder atrayente de los chollos en los chinos. Nunca he entendido ese extraño sentimiento de felicidad que me entra cuando voy. Quizás mi vida sea triste o quizás es lo que considero mi pequeño disneyworld en la esquina de la calle.

Normalmente no voy a por nada en concreto, solo deambulo en busca de distracción -hay quien mira por la ventana, espía a su vecino o busca hombres hot en internet-, y así repaso pasillo por pasillo en búsqueda de alguna ganga que me haga fliparlo. Veo material del cole (¿pintarán esos colores? me pregunto), palos de escobas con topos (da igual, barrer es lo de menos, pero que entren en tu casa y decir: ¿a qué mola mi escoba? ...sí, esa es la sonrisa y felicidad efímera que busco yo en los chinos.

Sigo paseando, alguna parte de la sociedad piensa que los chinos solo sirven para salvarte de algún apuro en momentos puntuales: suplerglue, papel de envolver...Necios! No son conscientes del gran ejercicio mental que supone este local: yo recorro pasillos, miro y analizo y muchas veces tengo que fruncir el entrecejo porque no sé que **** son muchas cosas. Esa es una de las grandezas de los bazares, lo tienes que tocar, estudiar, etc…¿y sabéis qué? Son cosas tan raras que siempre serán lo que vosotros queráis que sean.

Mi última experiencia fue este lunes. Era feliz, no necesitaba alegrarme con ninguna compra inútil, pero fui. Allí ví un pasillo rosa, rosa de ese que duelen los ojos, incluso a mi…A medida que me iba acercando pude ver que se trataban de peluches y pensé: oh, genial…Hello kittys a low cost…Me lancé en picado, tuve que esquivar una señora que intentaba arreglar una rueda de una maleta Luis Puttón made in China, luego una niña con un diavolo (pensé que luego le diría que estaba totalmente pasado de moda, no sea que de mí dependiera un trauma por bullying) y llegué, llegué al glorioso pasillo rosa. Giré ansiosa hacia la estantería y allí estaban, las versiones de la Duquesa de Alba, la misma Cayetana Fitz-James Stuart de la gata que hacía felices a tantas niñas: eran deformes, achinadas y despeluchadas…sentí náuseas, ¿como podía ser que hicieran de una kitty algo siniestro y feo?...

Con la excusa de ser la noche de Halloween, mis amigos organizan cada año una cena dónde nos juntamos todos y pensé en aprovechar la oportunidad y probar las pestañas postizas. Era la mejor noche para probarlo: si quedaban bien iría divina, si quedaban mal daría muuuucho miedito.
Cuando le pregunté a la china donde podía localizarlas, ésta hizo un ruido similar a la de un porquino al que han molestado durmiendo y me hizo seguirla al paso de walking dead (tan simpáticos siempre y tantas ganas de trabajar!).
Cuándo me enseñó la caja no supe bien-bien la cara que puse, pero debió ser algo así como una mezcla de horror y un vale-gracias. Después de dudar un rato, examinando la caja decidí llevármelas: “total, así sales de dudas por 0.70”. Al llegar a mi casa, lo primero que hice como podéis imaginar fue encasquetármelas y les dije a mis padres: “Cuando baje me decís que tal eh? eh? eh? ehhhh?” y ellos que sí,que sí.
La ventaja de tener unos padres como los míos es que no les importa soltarte verdades como puños en toda la boca, aunque duelan. Y así fue, bajé y dije :¿qué taaaaaaaaaal? (más una sonrisa) y mi padre sentenció: “ostia M., si te pones un bombín puedes ir de la naranja mecánica”. Cerré los ojos intentando digerir mi derrota, cosa que fue peor, ya que las pestañas se me engancharon en las cejas y las sugerencias continuaron: “mira, ahora puedes ir del grinch!!”…
Muy abatida volví a mi habitación, las miré y las guardé. “Si alguna vez no me decido a suicidarme, me las pondré”.

Los chinos siempre tienen algo para cada momento.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Regateando con glamour

Recién llegada de Turquía, ya había probado un poco mi experiencia en el arte del regateo, así que me disponía a dar unas lecciones a M., que se confesaba ser fatal en ese ámbito.

Nuestro primer día en el zoco fue frustrante. Miles de paradas iguales, motocicletas pasando a nuestro alrededor, multitud de comerciantes intentando atraer nuestra atención desgañitándose o utilizando las frases más originales del idioma español: “¡cállate Karmele!”, “¡andreita, coño, cómete el pollo!”, “aquí más barato que en Carrefour”, etc.

Al principio nos resultó hasta gracioso. Un par de mal de ojos más tarde, unos cuantos regateos sin éxito y con un calor de espanto decidíamos que estábamos hasta el moño de comprar en Marrakesh.

El último día en el Zoco fue toda una revelación.
El trabajo en equipo era impecable: M. regateaba, yo le decía que no pagase más de cierto precio, y E., desde fuera, nos metía presión con el pretexto de que íbamos a llegar tarde al aeropuerto.
Pero las últimas escenas fueron las más impactantes: M. se apoderaba de la conversación con los comerciantes, les fijaba un precio y no se bajaba del burro. “100 dirhams, y sinó me voy a tu compañero de en frente que seguro que me lo vende”.

“Hemos creado un monstruo”, confirmaba E. 



C. 

jueves, 20 de octubre de 2011

De Saint Torpez a Marrakesh

La aventura por Marruecos empezaba un miércoles. La idea de viaje que llevábamos cumplía todos los estereotipos de Sex in the city en Dubai: glamour, cenas tiradas de precio, bisutería regalada, fiesta y relax, mucho relax.
Nada más llegar al aeropuerto de Marrakesh, y tras un aluvión de propuestas procedentes de taxistas desesperados, conocimos al que sería nuestro compañero de viaje: E.

Apalabramos el precio de un taxi hasta la plaza Yamaa el Fna, en el centro de Marrakesh. (120 dh, 40 c/u, 12 euros) y descubrimos la esencia de la vida nocturna de la ciudad marroquina: mucha gente en las calles, hombres y mujeres gritándonos para pararnos en sus puestos de comida, para vendernos algo, para contarnos alguna historia, para hacernos una foto con ellos y, aunque nosotros no lo sabíamos aun, sacar algo a cambio.

Tras una cena en una de las terrazas de la plaza, desde donde divisar el ambiente, con la mezquita a la izquierda y conociendo a fondo los detalles de la vida de nuestro nuevo acompañante, bajamos a la plaza de nuevo. Entre el gentío nos intentamos orientar para encontrar nuestro Riad, un alojamiento típico de Marruecos, de estilo árabe, construido alrededor de un patio central que conecta todas las estancias.

La aventura hasta el Riad Adraoui acababa de empezar.

Nos equivocamos de calle y un joven se ofreció amablemente a ayudarnos a encontrar el Riad. Confiamos en él y en nuestras mentes estaba darle una “propinilla” tras el “servicio”. Nos condujo por calles y callejuelas, tramos oscuros y por donde no corría ni un alma. Pasamos del bullicio de la plaza al Marrakesh más deshabitado y, por lo tanto, el más tenebroso.

Agarradas a E., M. y yo nos mirábamos con cara de miedo, apretábamos nuestras pertenencias más preciadas contra el cuerpo y temíamos por nuestras vidas. Al guía se le iban sumando amigos, y no hacíamos más que dar vueltas por calles que parecían todas iguales, con olores extraños, gatos devorando los restos basura, motoristas que pasaban rozándonos, sin ninguna intención de apartarse, mendigos en las esquinas…

Por fin llegábamos al Riad. Sin aliento, sudando y cansados, podíamos relajarnos. E. sacaba una “propinilla” para el chaval, que con cara de enfado nos decía: “this is for baby!!!” (imagináoslo con acento marroquí, causa mucho más efecto). Tras nuestra primera ronda de regateo, y probablemente el primer mal de ojo del viaje, conseguíamos la llave de nuestra habitación.

Un cambio de ropa después y cinco minutos de cama nos empujaron a la calle en busca de marcha. Paramos antes en el patio del Riad, a entablar conversación con una chicas palencianas, las palencianas más simpáticas sobre la faz de la tierra (ironía mode on). E. les preguntó con amabilidad que si sabían de algún lugar donde tomarnos unas cervezas. “Que esto no es España, eh?”. Tras esa contundente frase y nuestras miradas de estupefacción, decidimos que había que encontrar un sitio donde tomar unas birras, ya más que nada por joder.

Y vaya que si lo encontramos.

No sin antes ganarnos el segundo mal de ojo del viaje. De camino a la parada de taxis una abuelita adorable nos quiso leer la mano. “Vamos a darle el gusto a la señora”, pensamos. “y con esas igual nos dice hasta algo interesante”.

Mentira. Una tiarrona de 2x2 vino a traducirnos a la abuelita adorable y cuando nos pidió 30 euros por cabeza por una lectura de mano de dos minutos a cada una y le dijimos que ni hablar, se nos puso farruca. No sabemos si fue su estatura, si que el hecho de que llevase toda la cara tapada y solo se le viesen los ojos nos dio aun más miedo, o qué, pero acabamos pagando 7 euros, una cantidad bárbara para semejante mierda de lectura de mano.

El lugar donde conseguimos cerveza a un precio normal (y por normal no me refiero a barato), resultó ser un prostíbulo. Al menos el hecho de que las mujeres fuesen con escotes hasta el ombligo, fuesen, en su mayoría, mujeres jóvenes, y saliesen acompañadas de hombres notablemente más mayores que ellas, y se comportasen de manera obscena en público, nos hizo entender tal cosa. Pero quien sabe, quizá nuestras mentes perversas y (muy) calenturientas nos jugaron una mala pasada.

A pesar de ese pequeño e insignificante detalle, nos esperaba una grata sorpresa en dicho lugar. Tapas. O al menos lo que se entiende en media España por tapas. Es decir, acompañar la bebida con algo de comer y gratis. Resultado: 21 cervezas entre los tres y los estómagos llenos hasta la comida del día siguiente.

Y a pesar de los timos, los regateos, los agobios de primera hora de viaje, acabamos la noche de la mejor manera posible: bajo el cielo estrellado de Marruecos en la terraza del Riad.

Al día siguiente amanecíamos cansados pero con ganas de descubrir el Marrakesh diurno. Durante el desayuno, encontramos a las Palencianas y se me ocurrió preguntarles: “¿hicimos mucho ruido anoche al llegar?” (llegamos sobre las 5 de la mañana). “bueno, un poco” (mirada asesina queriendo decir que despertamos a medio riad y que les tocamos bastante el moño).

Sonrisa falsa hacia ellas. Mirada cómplice entre nosotros.  Objetivo conseguido. Y sólo estábamos a jueves.



C. 

viernes, 2 de septiembre de 2011

Pies de segunda mano


Desde que vendí mi ordenador antiguo por internet por la friolera de 50 euros (creedme, ese ordenador no valía para nada) me he aficionado a poner en venta todos aquellos artículos que no uso, que no me he puesto, o que apenas he usado. De esta forma cumplo con la rigurosa campaña “mierdas las justas” de finales de verano y también me saco unas pelas ahora que estoy sin curro.

Gracias a esta nueva práctica he descubierto una nueva forma de fetichismo.

El otro día hacía limpieza de zapatos. Los tengo distribuidos en tres armarios diferentes y di con unos zapatos prácticamente nuevos, negros, de charol, con unos tacones de infarto que me compré hace menos de un año y que me he puesto dos veces por miedo a caerme de semejantes andamios.

Inmediatamente los fotografié con mi iPhone de seis vidas (recordad que perdió una cayéndose al vacío a los dos días de tenerlo en casa) y los colgué en una página de venta de artículos de segunda mano. Como he comentado antes, ya he vendido otras cosas anteriormente, pero nunca hasta ahora había recibido tantos emails interesándose no sólo por el artículo, sino por otra cosa.

Mis pies.

En todos los e-mails que recibí me pedían si podían ver como me quedaban los zapatos, si los podían ver puestos, si podíamos poner la web-cam para ver como me quedaban, etc.

Se han convertido este tipo de portales en el nido de fetichistas de pies y otras partes del cuerpo, donde pueden contactar con almas inocentes como la mía para satisfacer sus extraños gustos?

Por cierto, he vendido los zapatos. No preguntéis más.

C.  

martes, 30 de agosto de 2011

Torpezas de sábado noche


Ya es martes. Supongo que he esperado tanto a escribir esto porque tenía que ver si conseguía recordar todos los detalles de la noche del sábado. Viendo que no me vienen más a la cabeza, no me gustaría que mi demencia juvenil se llevara los pocos recuerdos que tengo así que ya es hora de dejar constancia.

Nos gustan (o nos gustaban) las cenas que acaban con licores interculturales. Suelen ser cenas en las que los postres van acompañados de confesiones sexuales –no es que haya mucho más que confesar ya a estas alturas- pero como teníamos una invitada exclusiva (M), teníamos que hacer gala de nuestras mentes liberadas y nuestra facilidad para hablar del tema.

El sábado noche cenábamos en una de esas casas del barrio de los Viñedos con un jardín más grande que la casa en sí, con un porche como el de las películas donde los mosquitos hacen de tus piernas el manjar principal de su cena. Nos sentíamos princesas, con todo su glamour.

Cenamos,  reímos, confesamos, y el licor lituano hizo el resto. En cuestión de media hora nos habíamos bebido una botella de un brandy que mi amiga K.B. trajo de Lituania en su visita a Barcelona el pasado julio. Y en cuestión de segundos pasamos de la música chill-out más relajada al raggaeton de Juan Magán, no sin olvidarnos también del siempre acertado Juan Luís Guerra y el no menos exitoso Pitbull. La salsa, los movimientos de cadera y los bailes sensuales se apoderaron de nosotros mientras esperábamos a que el abstemio de la noche viniese con el coche para llevarnos a Sitges.

Una vez en la ciudad del pecado nos dispusimos a hacerle honor al nombre, y pecar. Unos cuantos cosmopolitans más…bueno, seamos sinceros, eran cubatas normales y corrientes, y unas cuantas confesiones más, la fiesta sitgetana nos daba la bienvenida.

Nos despistamos del grupo para ir a pedir pases gratis, bebernos unas cervezas que al menos yo no pagué, echarnos unas risas y hacernos unas cuantas fotos.

Ya en la discoteca nos vimos bailando solas, o había muy poca gente. De pronto había mucha.

-               --laguna mental-

Me reencontré con M. y supongo que hablábamos de algo cuando M. desapareció. Al girarme ya no estaba. Solo había una cortina. Y M. detrás. Sentada en el suelo. Con su culo dolorido y un tacón roto.

Salimos de allí, cansadas, el rimmel corrido, el glamour por los suelos. Empezamos la noche on fire y la acabamos on the floor.

Y para rematar, A. tuvo la fantástica idea de coger a M. en brazos. 5 segundos más tarde aterrizaban en el suelo, rascándose las rodillas, los codos, y esas zonas donde cualquier herida duele el doble.

Amanecimos en mi casa, a carcajada limpia. Supongo que el licor de Lituania aun conservaba sus efectos pasadas las doce del mediodía. 



C.

jueves, 25 de agosto de 2011

Animales de 4 patas


Hacía meses, muchos meses que me rondaba por la cabeza la idea de empezar un blog. Lo que tenía muy claro era el nombre que le iba a poner, ya que últimamente podría hacer una secuela de Bridget Jones, yo sola, sin personajes secundarios y con muy pocos escenarios. Todo muy así como yo, muy barato.

A todo esto iba dándole vueltas mientras salía de mi “trabajo” paseando por Diagonal. Por si el bochorno de las 15 horas no fuera suficiente, el carril bici se desplazaba más a la derecha, más a la izquierda para cada uno de los que van en bicing, pitándote y mirándote con cara de superioridad por viajar con un transporte sostenible, sostenible para la capa de ozono, pero no para los viandantes de las calles que tenemos que temer por nuestras vidas e ir mirando para atrás cada 3 pasos para no morir aplastados por el plástico de las bicis.

Como iba diciendo…mientras me dirigía a la parada de bus por uno de los laterales- porque no, yo no uso bici, Madre Tierra, voy a ir al infierno- ví un bulto en el suelo, envuelto, nuevo. Me paré con la esperanza que fuera un fajo de billetes, pero no, era una libretita infantil. En mi cabeza recreaba lo que podría haber sido el martirio de algún padre en la tienda, comprando la libretita antes de que le explotara la cabeza por la insistencia de algún niño. La miré, tenía un elefante estilo Babar con la trompa levantada y me dije: Marta, tienes que montar lo del blog. Es una señal.

Así, tan feliciana, con las ideas claras y con la esperanza de que aquello era una señal del destino me subí al bus, contándole a mi amiga immediatamente por whatsapp mi gran hallazgo y aceptando la idea de escribir el blog. Una vez en mi bus contaminante y abarrotado de gente, me iba haciendo paso entre la gente para llegar a no sé donde y encontrar equilibrio hasta llegar a mi parada (de las últimas, claro). Conseguí apoyarme levemente, con cuidado de no intimidar el espacio vital de nadie, pero el aire de una ventana lanzó volando mi T-10 a la mitad del bus, en el círculo metálico donde gira el eje del vehículo…al agacharme para recogerla (vale 8 euros y pico!!!) el bus frenó y me caí de 4 patas en medio del bus, en esa parte donde gira dando una imagen poco adecuada para aquellos que se dirigían hacía su esperada hora de comer. Allí me quedé, con una falda, a 4 patas y girando como un souvenir de los chinos.
Me levanté riendo, con cara de: ¡Ay, que descuido! Cuando por dentro estaba pensando: lñaksdjioáDHOIAshfdilaSHDFlkajsdfhñAJKLSDH.

Pensé que podría haber sido peor, me podrían haber pisado la mano, podría no haber llevado ropa interior o podrían haberme hecho una foto y subirla al Facebook. Las dos últimas juntas.

No estamos tan mal.


M.

Welcome


Hay días en los que una simplemente no debería pisar una peluquería. Todo sería más sencillo si viviésemos en Alaska, en invierno, donde es de noche todo el rato y da la impresión que no hay que levantarse de la cama. Hoy es uno de esos días de no levantarse. De no tocar nada, y menos tu pelo.
El día parecía ir bien hasta que he intentado combatir el calor bajando a la piscina. Mi hermano nos ofrecía, a nosotros y a todo el vecindario, su concierto diario de guns n’ roses o algo por el estilo, y yo salía por la puerta para encontrarme con la vecina.


- hola, Pilar, qué tal? Vamos de concierto con mi hermano no? [Ironía mode on.]


No le ha dado tiempo a responder a la pobre. Mi iphone nuevo (traído por encargo el pasado martes, es decir, antesdeayer), blanco impoluto, sin un rasguño, tan funcional y a la vez tan fabuloso, se escapaba de mis manos. En una centésima de segundo que ha parecido una eternidad, he intentado frenarlo con el pie. Craso error. En otros 3 segundos que han parecido una vida entera, se colaba por la rendija de la barandilla y caía a la planta baja. Tres metros de caída libre.

Por supuesto, ha aterrizado boca abajo.

En mi desesperación, he gritado, he dejado a Pilar con la palabra en la boca y he bajado las escaleras de cinco en cinco para encontrarme con él. Había sobrevivido al golpe. Pero no se encendía. He subido los escalones de cinco en cinco, diciendo adiós a Pilar ni siquiera sin mirarla y he entrado a mi casa pegando gritos.

Buscando el cargador en mi escritorio, estas manos que hoy no deberían haber salido a la calle, han empujado la taza de té que se enfriaba encima de mi mesa, vertiendo el líquido sobre la mesa donde, por cierto, se encontraba mi MacBook de dos meses de vida. Bravo.

El Mac, el Iphone y mi corazón han sobrevivido. Pero no mi pelo. A las 16:30 tenía hora para cortarme esas puntas rebeldes de fin de verano. Error. He dejado que además me cortasen el flequillo. Demasiado corto, debo añadir.

Y como Murphy es un cabrón, mañana tengo una cita. Y yo con estos pelos!

Welcome to Saint Torpez, Welcome. 


C.