Ya es martes. Supongo que he esperado tanto a escribir esto porque tenía que ver si conseguía recordar todos los detalles de la noche del sábado. Viendo que no me vienen más a la cabeza, no me gustaría que mi demencia juvenil se llevara los pocos recuerdos que tengo así que ya es hora de dejar constancia.
Nos gustan (o nos gustaban) las cenas que acaban con licores interculturales. Suelen ser cenas en las que los postres van acompañados de confesiones sexuales –no es que haya mucho más que confesar ya a estas alturas- pero como teníamos una invitada exclusiva (M), teníamos que hacer gala de nuestras mentes liberadas y nuestra facilidad para hablar del tema.
El sábado noche cenábamos en una de esas casas del barrio de los Viñedos con un jardín más grande que la casa en sí, con un porche como el de las películas donde los mosquitos hacen de tus piernas el manjar principal de su cena. Nos sentíamos princesas, con todo su glamour.
Cenamos, reímos, confesamos, y el licor lituano hizo el resto. En cuestión de media hora nos habíamos bebido una botella de un brandy que mi amiga K.B. trajo de Lituania en su visita a Barcelona el pasado julio. Y en cuestión de segundos pasamos de la música chill-out más relajada al raggaeton de Juan Magán, no sin olvidarnos también del siempre acertado Juan Luís Guerra y el no menos exitoso Pitbull. La salsa, los movimientos de cadera y los bailes sensuales se apoderaron de nosotros mientras esperábamos a que el abstemio de la noche viniese con el coche para llevarnos a Sitges.
Una vez en la ciudad del pecado nos dispusimos a hacerle honor al nombre, y pecar. Unos cuantos cosmopolitans más…bueno, seamos sinceros, eran cubatas normales y corrientes, y unas cuantas confesiones más, la fiesta sitgetana nos daba la bienvenida.
Nos despistamos del grupo para ir a pedir pases gratis, bebernos unas cervezas que al menos yo no pagué, echarnos unas risas y hacernos unas cuantas fotos.
Ya en la discoteca nos vimos bailando solas, o había muy poca gente. De pronto había mucha.
- --laguna mental-
Me reencontré con M. y supongo que hablábamos de algo cuando M. desapareció. Al girarme ya no estaba. Solo había una cortina. Y M. detrás. Sentada en el suelo. Con su culo dolorido y un tacón roto.
Salimos de allí, cansadas, el rimmel corrido, el glamour por los suelos. Empezamos la noche on fire y la acabamos on the floor.
Y para rematar, A. tuvo la fantástica idea de coger a M. en brazos. 5 segundos más tarde aterrizaban en el suelo, rascándose las rodillas, los codos, y esas zonas donde cualquier herida duele el doble.
Amanecimos en mi casa, a carcajada limpia. Supongo que el licor de Lituania aun conservaba sus efectos pasadas las doce del mediodía.
C.
C.