Las caprichosas como yo nos encabezonamos con unos zapatos en cuanto los vemos. Ahí están, en un escaparate, parece que nos sonríen y lo que más nos llama la atención es que son nuevos, no los tenemos y los queremos, cueste lo que cueste… parece que no vamos a poder vivir sin ellos desde ese momento en que cruzas la mirada con ellos.
La historia se repite siempre igual, de forma cíclica. Estás haciendo algo y cuando menos te lo esperas caes en la trampa…un par de zapatos nuevos, brillantes, esperando a que te los pongas y que seas la reina de la pista…pero solo unas semanas, meses, años…dependiendo del modelo. Hacen que te sientas guapa, única y no los cambiarias por nada… si tienes más o menos gracia te los combinas de una y otra forma, intentando amortizándolos de la mejor forma que puedes, hayan caído en tus manos de temporada o de saldo. No importa el momento, solo las historias que tengas con ellos, porque sabes, que tarde o temprano quedarán arrinconados por otros nuevos, porque pasen de moda, porque te duelan o porque como eres una caprichosa siempre quieres unos nuevos…
De mis últimos zapatos me quedo con los kilómetros caminados y bailados, con los roces bajo la mesa y sobretodo, con el placer de habérmelos puestos dejándome guiar por ellos hasta el tropiezo final.
Los tacones son para las valientes, no por intentarlo una noche, sino por caerse una y otra vez y volver a ponérselos con la misma ilusión que la anterior.
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